A la semana siguiente, el martes concretamente, que era el día en que le tocaba venir a hacer su trabajo, volvío a ocurrir lo mismo. Yo la había estado esperando toda la mañana y cuando sonó el timbre me puse hasta un poco nervioso (qué ingenuo es uno con esa edad). Fui a abrir la puerta.
-Hola jovencito, ¿me puedes dar agua?...
Esta vez creo que la recorrí con la mirada de arriba a abajo, especialmente parandome en sus senos. ¡Qué buena estaba! En esta ocasión no necesité que se agachara para ver su escote, allí mismo de pie ante mí, ya me puse a cien, pensando en lo que un inexperto como yo podría aprender de esta hermosa mujer.
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